El olfato es uno de los sentidos con mejor memoria que tenemos. Entrar a un colegio tras veinte años de ausencia nos permite reconocer al instante esa mezcla aromática de clarín, papel y chiquillos en acción que asociamos emocionalmente a nuestra infancia. ¿Te has preguntado alguna vez a qué huele tu ciudad?
Verdaderamente, una ciudad no es un ente único sino una sucesión de espacios, barrios y calles diferentes con aromas específicos: el paseo marítimo huele a playa y bronceadores, el puerto a mar y peces, la zona de las tascas a frituras y comida, los centros comerciales a perfumes y cosmética. ¿Se puede asociar, en consecuencia, un aroma simbólico a una ciudad o se trata de un mero reduccionismo innecesario? Para muchos, Amsterdam huele a tulipanes, París a efluvios románticos y Nueva York a asfalto y dinamismo. Son descripciones poéticas, literarias al menos, pero no resulta verosímil considerar que Central Park, la inmensa zona verde neoyorquina, huele igual que el Bronx o que Broadway, el distrito de los teatros.
La tecnología, como siempre, se ha prestado de inmediato a tomar medidas para arrojar luz y taquígrafos a estas consideraciones. Diversos investigadores de las universidades de Cambridge y Toronto están trabajando ya en la realización de smellmaps (mapas de olores, en español) a través de dos procedimientos: las visitas “oledoras” de voluntarios que van tomando nota de los distintos perfumes o pestilencias, y el análisis de las etiquetas y los textos que los usuarios de redes sociales como Twitter, Instagram o Flickr incluyen junto a sus imágenes geolocalizadas.
Así, se pueden representar los olores de cualquier ciudad del mundo a través de un sistema de códigos cromáticos asignados por intensidad y tipo: por ejemplo, el rojo se refiere a numerosas emisiones de vehículos y el naranja a pocas; mientras que el verde oscuro refleja mucho olor a plantas, árboles y flores, al tiempo que el verde claro simboliza escasos aromas naturales. Comida, naturaleza, industria, transporte, animales, limpieza, tabaco, emisiones y deshechos son algunas de las categorías que se están utilizando para realizar estas representaciones.
Solo en el caso de Barcelona, cuyo smellmap ya ha sido creado, se han visionado 35 000 fotos de Instagram, 113 000 tweets y numerosas asociaciones de palabras. El proyecto está empezando; sin embargo, todo apunta hacia su consolidación definitiva y abre las puertas a futuras aplicaciones de enorme interés humano. Dos de ellas parecen evidentes: la plasmación visual de los problemas existentes en gran cantidad de ciudades que ofrecen un aroma irrespirable —ojalá implique la posterior toma de medidas correctoras— y el nacimiento de un turismo aromático en cuyas rutas, el olfato antes que la vista, se convertirá en protagonista.