En los Estados Unidos de América, que en cuestiones de tendencias siempre marchan por delante, cada vez son más las viviendas que se construyen con dos habitaciones principales. Compartir la cama es un acto precioso al que aspiran todos los enamorados pero, con el tiempo y con los roces, es también una fuente frecuente de disgustos.
Roncar como un tractor, birlar la almohada, acaparar las sábanas o desencontrarse al regular la temperatura de la habitación son conflictos habituales en los que todos los encama-dos hemos tenido que ceder alguna vez. Cuando nuestra relación se encuentra en la fase de romance, los pies fríos de nuestra pareja nos parecen sexys, su costumbre de leer antes de dormirse encantadora y sus balbuceos entre sueños la fascinante expresión de su compañía. Pero, ay, los años son una pátina grisácea que lo estropea todo: esos mismos pies se convierten en desagradables truchas de río, la luz y sus parlares en dardos venenosos que nos impiden pegar ojo.
La solución propuesta no es, desde luego, incoherente: durmamos separados. Los defensores de este enfoque aseguran que la práctica de dormir pegados es realmente reciente: fue en los inicios de la Revolución Industrial, cuando las familias campesinas se trasladaron en masa a la ciudad y tuvieron que hacinarse por las noches en cualquier cuartucho hasta salir a flote, el momento en el que las personas adquirieron el hábito del dormiteo compartido.
El sueño es egoísta, no lo olvidemos. Separar la cama elimina algunas de las molestias inherentes: recuperamos la soberanía sobre el almohadón y la colcha, aunque no nos liberamos por completo de todos los prejuicios. ¿Por qué he de desvelarme cuando te levantas a orinar dos veces por noche? ¿Por qué he de achicharrarme sin poder abrir ni siquiera un poco la ventana?
Hay quien afirma que evitar este tipo de conflictos ayuda a construir una relación emocional más saludable y resistente. En consecuencia, cambiar de habitación puede ser un primer paso hacia la estabilidad parental, mucho más teniendo en cuenta que dormir bien es esencial para la salud física, afectiva y mental de cada uno.
Pero, ¿qué hay del romanticismo? ¿De la intimidad? ¿Del juntos hasta que la muerte nos separe y todos esos sucedáneos? Tal vez puede tener morbo llamar a la puerta del amado cuando se quiere tema, o crear un código de símbolos en el umbral para dejar las cosas claras y no dar pie al error; si bien esa chispa que salta por un contacto furtivo en un momento dado, fruto del contacto, esa seguridad de estar junto a quien quieres al terminar el día, esas confidencias compartidas hasta ser vencidos por el sueño, ese brazo adormilado sobre el que descansa confiada la cabeza de tu amor, eso, verdaderamente, resulta incomparable.
Cada cual debe, desde luego, obrar como desee. Si los norteamericanos llevan tiempo haciéndolo, aquí ya está llegando. Espero, al menos, que nadie tome la decisión de separar sus lechos durante estas fiestas. Cierto es que alguna digestión pesada puede regalarnos una mala noche de desvelos en estéreo. Pero no olvidéis que hay pocas cosas más encantadoras que un despertar de Navidad o de Reyes abrazado a quien te ama. Muy especialmente cuando tienes hijos chiquitines en tu casa.
¡Felices fiestas a todos!