Cada vez hay menos abejas y polinizadores a nuestro alrededor. La influencia de estos animalillos en la producción de alimentos a nivel mundial es determinante, hasta tal punto que los efectos de su desaparición podrían ser devastadores.
En la niñez me gustaban muchísimo los dibujos de la abeja Maya. Crecí con ellos, mirando a la naturaleza y a sus habitantes con admiración y simpatía. A las generaciones infantiles actuales les encanta ver en la tablet familiar la nueva versión de esta serie, porque Maya sigue siendo fascinante. Y, desde luego, refleja a la perfección el carácter positivo, natural y prodigioso de esta especie animal.
Probablemente, un mundo sin abejas acabaría siendo un mundo sin flores, pues estas especies han evolucionado juntas. A pesar de los múltiples estudios y esfuerzos internacionales para delimitar las causas del problema, no existen todavía respuestas clarificadoras para la pregunta «¿por qué están desapareciendo las abejas?». Lejos de solucionarse, el fenómeno se está agravando. Se empieza a estar de acuerdo en que el origen del problema es multifactorial: influyen la pérdida de hábitats, el manejo de las colonias, las prácticas de la agricultura industrializada, el uso de pesticidas y herbicidas, los impactos del cambio climático y la existencia de nuevos parásitos, enfermedades e invasores vegetales y animales.
Sea como sea, entre 1985 y 2005 las poblaciones de abejas en Europa disminuyeron un 25 %. Diez años después, el problema ha aumentado. Y no solo porque cada vez quedan menos de estos bichos tan simpáticos: el declive se ha extendido a los abejorros y al resto de los polinizadores naturales —abejones, avispas, mariposas…—, los únicos capaces de reemplazar a las abejas en su trascendental función.
Greenpeace ha calculado en 265 000 millones de euros anuales el valor económico de la labor mundial polinizadora, de los cuales 2400 millones corresponden a España. Además de este gran impacto crematístico, la producción de alimentos a nivel mundial y la biodiversidad terrestre están en juego. Es inaplazable hacer algo al respecto: los políticos, los agricultores, las empresas y los ciudadanos en general debemos concienciarnos de la gravedad del problema e impulsar medidas correctoras. Sin duda, lo inmediato y más sencillo es erradicar el uso de los pesticidas y los herbicidas dañiños; así como fomentar políticas agrícolas más ecológicas, evitando en lo posible los monocultivos y las explotaciones transgénicas.
Así, me viene a la memoria la sintonía de la serie de televisión de nuestra querida Maya: «En un país multicolor, nació una abeja bajo el sol». Por desgracia, si ellas mueren, nuestro planeta perderá color, sabor y vida. Aunque hemos conseguido sobrevivir sin dinosaurios, ¿seremos capaces de hacerlo sin polinizadores?