Oler bien es importante. Escoger nuestra fragancia personal y proveernos de un aroma duradero y agradable, que combine con nuestra personalidad, puede ser un factor diferencial determinante con criterios de elegancia, atractivo e, incluso, ascendencia en los demás. En mayor o menor medida todos somos conscientes de ello, pero ¿dónde y cómo debemos perfumarnos?
Coco Chanel afirmaba que nos debemos perfumar donde deseamos que nos besen. El riesgo está en verter allí tanta cantidad de perfume que, llegado el beso, el contacto de los labios sobre la zona en cuestión pueda resultar desagradable a causa del sabor. Bromas aparte, la realidad parece aconsejar perfumarnos en la piel, pues en contacto con ella el perfume se mezcla con los efluvios personales creando una fragancia única, intransferible, absolutamente personalizada. La mayoría de nosotros la desconocemos: de tan acostumbrados como estamos a ese aroma personal hemos dejado de captarlo. Es una esencia reservada, casi exclusivamente, a los contactos más íntimos o cercanos, pero influye decisivamente en la percepción olfativa final hacia cada persona. De hecho, algunos perfumes que nos entusiasman al probarlos en el frasco nos defraudan cuando los sentimos sobre nuestra piel o la de nuestros conocidos. Simplemente, no armonizan bien con ese aroma personal.
Os contaré un ejemplo propio. Mi pareja siempre ha asegurado que le encanta el aroma dulce de mi piel. Yo no tenía la menor idea de cómo era este aroma hasta que nació nuestra hija. Una tarde, siendo ella un bebé, comentó que olía a mí. Inmediatamente aproximé mi nariz hacia los pliegues de su cuello y, en efecto, olía dulce, un aroma sutil como a vainilla o a miel, muy agradable. Así, pensé, debo de oler yo. Me encantó sobremanera descubrirlo.
Es fundamental, por tanto, escoger bien el perfume que mejor encaja con nuestra esencia personal. Probarlo sobre nosotros mismos y elegir la combinación más adecuada según nuestros estados de ánimo y la imagen sensorial que deseamos proyectar.
Dicen los entendidos que es mejor aplicar el producto en los puntos corporales que desprenden calor, ya que con él los perfumes exhalan sus olores. Muñecas, cuello, pecho, lóbulos de la oreja, nuca, parte posterior de las rodillas u ombligo son lugares óptimos para hacerlo. No olvides, además, que muchos de los productos que utilizas a diario —gel, crema hidratante, el propio suavizante de la ropa— crean sus estelas aromáticas que interactúan con el perfume escogido y con tu esencia personal. Una persona sensitiva —olfativamente— y que te quiera bien puede aconsejarte con criterio.
Dejamos para el final una última cuestión que determina, en cierto modo, la personalidad de cada uno: ¿cuánto me perfumo? Hay personas que llegan y se marchan de los sitios unos segundos antes o después porque el halo de sus emanaciones las preceden. Van tan perfumadas, tan profusamente aromatizadas, que llaman la atención para bien o para mal, y las sensaciones que producen llegan directamente a nuestra esfera consciente. “¡Qué bien huele!, ¿qué llevará?” o “¡Vaya tufo, no hay quien se ponga a su lado!” son las reacciones habituales que generan. Desde luego, nunca pasan desapercibidas.
Por el contrario, otros son mucho más discretos. Dosifican el aroma, cuya percepción consciente queda relegada al contacto más cercano. Este no es captado de un modo racional por los interlocutores, pero si el resultado es agradable ejerce unos efectos de influjo subconsciente que se traducen en un aumento del atractivo general de la persona, sin reconocer la causa. Algo nos atrae hacia ella, nos resulta agradable y positivo, si bien desconocemos que se trata del aroma que desprende.
La decisión de cuánto perfumarnos depende del carácter. De la personalidad. De cómo somos. Por cierto, ¿de qué tipo eres tú?