Que se lo pregunten a los grandes gurús de la gastronomía mundial: Ferrán Adriá, Pierre Gaiganaire, Heston Blumenthal, Thomas Keller o el propio Matsuhita. La innovación gastronómica nos propone nuevas combinaciones de sabores, nuevas formas de servir y texturas cada vez más asombrosas porque es precisamente este su propósito: sorprender con nuevas experiencias, redescubrir el disfrute del acto alimentario, esquivar lo conocido, saborear no solo cada bocado, sino la vivencia misma del comer.
De pequeños, cuando nos enseñaban en el cole los sentidos, identificábamos el gusto con el acto de comer, lo cual solo es cierto en una parte. Las nuevas tendencias gastronómicas saben bien que, en realidad, todos nuestros sentidos han de participar con gozo del momento de la ingesta: la presentación, el aspecto de cada uno de los platos, es tan importante como la primera impresión que nos causa un desconocido: por puro instinto nos genera unas expectativas, un impacto que debe ser sutil, agradable, placentero, y predisponernos al disfrute. Los platos entran por los ojos, y el entorno propicio mejora el resultado; de hecho, los restaurantes con mejores vistas se sitúan siempre entre los más recomendados por la satisfacción adicional que proporcionan. El olfato es, en sí mismo, indispensable; más allá de los sabores básicos diferenciamos los matices gracias a sus elementos aromáticos: las catas de vinos son, sin duda, un ejemplo ilustrativo. El tacto y el oído también aportan sensaciones diferenciadoras: el roce de las texturas sobre el paladar, la delicadeza y suavidad sobre la lengua, incluso el sonido crujiente mientras masticamos contribuyen a aumentar o reducir el placer global de la experiencia. Todos los sentidos son, por ello, valiosísimos para el disfrute gastronómico.
Deconstruyamos la idea. Si la búsqueda de nuevas experiencias placenteras es el objetivo principal de las actuales tendencias gastronómicas, y todos los sentidos influyen de algún modo en la percepción alimentaria, seamos creativos. No necesitamos convertirnos en Ferrán Adriá para aportar en nuestra casa pequeños y originales disfrutes añadidos. Salir a cenar al jardín o a la terraza —por pequeña que esta sea— cuando nuestras preocupaciones duermen nos hará la velada, sin duda, más agradable y memorable. Ya hay restaurantes ‘a ciegas’ que prescinden del sentido de la vista para generar experiencias diferentes a sus comensales. ¿Y si lo probáramos en casa?
Poner un toque sexy en nuestros platos, en su presentación o en la forma de tomarlos, puede también proyectarnos a un escenario diferente de satisfacción. Quizá podamos emular algunas secuencias de la película Nueve semanas y media, de Kim Basinger y Mickey Rourke, adaptándonos a nuestras circunstancias y momentos. O, pensando en nuestros niños, una menestra de verduras o un filete de pescado decorados con motivos infantiles les resultarán, de entrada, más llamativos. Hay muchas formas de hacerlo, seamos creativos. Demos una vueltita de tuerca, de vez en cuando, a nuestros platos.
Porque la monotonía, a la larga, deja siempre un mal sabor de boca. ¿No opinas tú lo mismo?