La isla basura

En el océano Pacífico se ha formado una isla fantasma, maldita, de unos 22.000 kilómetros de circunferencia, a la que llaman el séptimo continente. Una acumulación de plástico, desechos, morralla y residuos humanos que constituye un verdadero cataclismo medioambiental.

Imagina que en una zona de tu salón se hubiera empezado a acumular todo tipo de basura: bolsas de plástico, envases de comida rápida, latas, ropa vieja, bidones de metal, botellas de vidrio, desperdicios e incluso media taza de un inodoro viejo. La pila de escombros, con el tiempo, habría ido creciendo hasta configurar una torre informe, demencial e insalubre. Evidentemente, tendrías un serio problema. ¡Y no solo cuando el mamotreto acumulado te impidiera ver la televisión desde el sofá! Posiblemente te diagnosticarían síndrome de Diógenes y, quién sabe, con un poco de suerte, tal vez serías acogido y ayudado por el entorno.

Pero, ¿qué hacemos si es la misma civilización humana la que padece este síndrome? ¿La que se ha vuelto tan cochina e insensata que ha llegado a acumular una isla de 3,4 millones de kilómetros cuadrados (unas siete veces la superficie de España) de polímeros usados y otras inmundicias en un punto situado a la altura de Hawaii, a unas mil millas de distancia de la costa californiana? Se estima que puede llegar a pesar cien millones de toneladas; y lo peor no es eso, sino que sigue creciendo cada día. Quién sabe si, al final, llegará a desparramarse de tal modo que acabara invadiendo los salones de las viviendas de los continentes más cercanos.

Es incuestionable que el género humano es un marrano. La circulación de las corrientes marinas que giran en el océano Pacífico en la misma dirección, como una vendetta puñetera de la Naturaleza, hacen posible esa innombrable acumulación de porquería y nos dejan, si cabe, aún más en evidencia. La muerte de miles de animales entre ese infierno de basura, la contaminación real y paisajística, la aberración que supone semejante dejadez humana no puede continuar. Tenemos que hacer algo. Entre todos y cada uno desde casa. En caso contrario es posible que los nietos de nuestros biznietos, al planificar su veraneo, no tengan opción de visitar islas paradisíacas… salvo estas de basura.

Aplicando la máxima de que no es más limpio el que más limpia, ha llegado el momento de empezar a cambiar no pocos hábitos y sustituir muchos consumos. Ahora mismo, un pequeño pececillo está atrapado en el embalaje plástico de un pack de latas de refresco abandonado.

Ya no podemos hacer nada por él. Pero sí por sus hermanos.

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