En Puerto Plata, la vida circula aceleradamente y no hay distancias largas. La red de complejos hoteleros plenos de lujos y servicios para los turistas se articula en torno a un escenario colonial y colorista, pleno de vegetación, colmados y rostros sonrientes. Algunas de las playas de la República Dominicana, como Cayo Levantado en la bahía de Samaná, se han hecho famosas como idílicos escenarios de películas o anuncios, y ofrecen a los visitantes arena blanca, aguas cristalinas, sensualidad, zumos tropicales y extraordinarias langostas.
Los dominicanos son, por naturaleza, zalameros, simpáticos, conquistadores y un tanto mercantilistas, pues el propineo turístico se ha consolidado como una de las actividades económicas más lucrativas y extendidas. En las discotecas, al ritmo del merengue o la bachata, los pies danzan animados y las cinturas se cimbrean mientras corre el ron Brugal con Coca Cola y las cocteleras de hielo que los acompañan. Es, sin duda, un país capaz de enamorar y provocar sensaciones, más dado al idilio, al flirteo, que a la formalidad. En general, la existencia dominicana fluye sin grandes pretensiones entre la diversión, el servicio y la sucesión de emociones, por lo que acaba atrapando al visitante de forma natural y espontánea, dejándole en el alma una huella permanente.
Junto a los vetustos taxis de origen norteamericano, el desplazamiento entre lugares se hace, en Puerto Plata, en motoconcho. Con este localismo se hace referencia al servicio de ‘motos-taxi’ que prolifera en la ciudad. Con o sin licencia, los dominicanos permiten montar en sus motos —con no poca frecuencia, destartalados y achacosos ciclomotores— a cuantos turistas puedan acoplarse y los desplazan allá donde deseen por módicas tarifas. No es infrecuente, así, ver por las calzadas pedregosas enclenques ‘motomóviles’ con su conductor y tres o cuatro ocupantes apelotonados y abrazados entre sí, niños incluidos, sin cascos ni prudencia. Es alucinante ver tan sorprendentes, y abundantes, estampas, pero en pocos días acabas por acostumbrarte y terminas probándolos, sujeto a la cintura del dominicano y avanzando por las calles hacia tu destino. Tu perspectiva cambia tras ir en motoconcho; de hecho, no puede decirse que conozcas Puerto Plata si no has viajado en ellos.
Son la más genuina expresión de una cultura incomparable donde el aquí y ahora, el dinero, lo sensual, el ritmo, lo inmediato y la belleza constituyen valores permanentes, plenos de emoción y sentimiento.