Lanzarote: con el viento a favor

Lo confieso: soy un enamorado de las Islas Canarias, de sus paisajes, sus gentes, su clima y el tempo vital que transmiten. Lo de «una hora menos en Canarias» se debe, en mi opinión, a que en ellas el tiempo se detiene y la vida se disfruta más intensamente, sin prisas, sin agobios, sin apenas desencuentros. De todo el archipiélago canario, Lanzarote es seguramente la isla más genuina y peculiar de todas, la más diferente por su carácter volcánico, que le otorga un aspecto interplanetario con bellísimos contrastes. Recorrer el Parque Natural de Timanfaya significa asomarse a un escenario inédito de apariencia lunar, en el que a nadie sorprendería descubrir un alienígena verde de ojillos saltones y expresivos. Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes —con su inconfesable “secreto de Lanzarote”— y Los Hervideros son también visitas obligadas para penetrar en la belleza natural, incomparable y abrupta, de esta isla.

Lanzarote es ante todo un lugar idóneo para disfrutar del mar, bien sea en sus playas —recónditas y coquetas unas; peligrosas y escarpadas otras; impresionantes, señoriales y de aguas cristalinas las demás— o en sus paseos marítimos y pueblecitos pesqueros, como el precioso El Golfo, una pequeña villa de restaurantes maridada con el océano Atlántico.

Junto a la recomendable experiencia de montar a camello, windsurf, mountain bike, submarinismo y equitación son prácticas habituales durante todo el año para los amantes de las emociones deportivas. Y es que Lanzarote cuenta siempre con una temperatura óptima y un vientecillo casi permanente. Alquilar un automóvil durante tres días permite visitar lo más significativo de la isla, una experiencia agradable y placentera ya que las distancias son mínimas, todo está bien señalizado y no existe estrés alguno para los conductores.

Por sus rincones, su gente y su gastronomía Lanzarote, entre otros puntos de España, es un lugar perfecto para perderse unas semanas y recargar las pilas; para redescubrir el mar en primerísima persona, para relajarse tomando ese sol cenital que casi no se siente pese a lo mucho que broncea, para devorar un libro tras otro con una buena cervecita al lado, para dar paseos que conducen a lo más profundo de uno mismo. Para regenerarse. Y, por supuesto, para interiorizar la obra del artista César Manrique, presente en los principales atractivos turísticos de la isla y, sobre todo, en la sede de la Fundación César Manrique, construida sobre cinco burbujas volcánicas en la casa donde vivió el artista durante diecinueve años. Todo Lanzarote es, en definitiva, una obra de arte de la naturaleza que combina los turquesas oceánicos, los ocres volcánicos y los verdes más genuinos con formas y presencias que configuran un espectáculo inolvidable.

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