Nube o chispa, ¿cómo aplicar el perfume?

Todos tenemos una costumbre arraigada a la hora de aplicarnos perfume. Posiblemente, lo hemos hecho siempre así y nunca nos hemos cuestionado nada al respecto… hasta que alguien nos ve y decide corregirnos. ¿Cómo eres tú: de chispa o de nube?

El mundo se divide en dos tipos de personas: las que se duchan literalmente en perfume, haciendo que su presencia se perciba un minuto antes de su llegada y permanezca hasta un rato después de su marcha, y las que se aplican una vaporada tan minúscula que solo se nota, conscientemente, cuando el otro se adentra en su zona íntima y coloca su nariz muy cerca del punto exacto de la aplicación. Está bien… seamos sinceros. En realidad existe una tercera categoría de individuos: los que no se echan perfume. Pero, a efectoss de este artículo y por motivos evidentes, este grupo no nos interesa.

¿De qué tipo eres tú? Estamos hablando de posturas tan enquistadas y antagónicas como las de los seguidores del Betis y el Sevilla, o las de los defensores del e-book frente a los del libro de papel.

Quienes prefieren la nube de perfume se empapan con el aroma elegido hasta convertirse en auténticos botafumeiros de esa fragancia, la cual los acompaña como un aura olfativa que los antecede y sobrevive. Cuando el olor escogido resulta empalagoso o excesivamente intenso, su presencia muta en insufrible. La ventaja —o el inconveniente, según las intenciones— es que se les identifica a distancia. Se les reconoce siempre: ¿a que te ha pasado alguna vez al entrar al ascensor? Además, a menudo, algún portavoz de su prójimo les dice: qué bien hueles siempre. Y ellos se llenan de orgullo, y de razones, para que su dedo vuelva a quedarse encasquillado sobre el vaporizador de su perfume.

La antítesis la constituye la chispa de perfume. Consiste en aplicar una vaporada chiquitina en un lugar concreto, normalmente en el cuello. Sus practicantes aseguran que es bastante. Y no es que sean tacaños o escatimen —aunque algunos de estos casos, haylos—: están convencidos de que la clave no es que los demás noten conscientemente qué bien huelen, sino generar en ellos un vínculo agradable, inconsciente, que provoque una adhesión positiva, un acercamiento irracional hacia la persona en su globalidad. Las fragancias se convierten así en estímulos positivos de influjo subconsciente que conquistan voluntades de un modo emocional, mucho más efectivo que el racional. Así, este «buen olor» no se percibe como tal, sino como un magnetismo indescifrable hacia el aromatizado.

Pero ¿quién tiene razón? Cómo debemos perfumarnos: ¿con nube o con chispa? La respuesta es… ambos y ninguno. En realidad, lo idóneo es vaporizar nuestros puntos de pulso desde unos 13 a 18 centímetros de distancia. En estas zonas —las clavículas, las rodillas, el escote y las muñecas— los vasos sanguíneos están más cerca de la piel y, por ello, se concentra más calor, el cual contribuye al flujo del aroma. Después hay que permitir que la aplicación se airee, sin tocarla ni frotarla, para que las moléculas del perfume se asienten y no empañen su olor.

Como cantidad de referencia, los especialistas aseguran que es mejor ponerse poco que mucho. La saturación empalaga, atrofia la sensibilidad de la nariz. Además, el matiz más atractivo y carismático de una fragancia se consigue cuando se marida con el propio aroma personal. Por eso, elegir dos o tres puntos de pulso y aplicar una vaporada breve es lo ideal. Siempre puedes llevar un esenciero a mano para renovar la aplicación cuando se difuminen sus efectos.

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