De tanto oír el dicho «una imagen vale más que mil palabras», y en una sociedad eminentemente audiovisual como la nuestra, el sentido de la vista está alcanzando una dimensión estratosférica. Pero, cuidado, en la percepción visual «no es oro todo lo que reluce».
Un ejemplo elocuente de la importancia de lo visual en nuestros días lo encontramos en un terreno exclusivo, hasta hace algunas décadas, de un sentido completamente diferente: el gusto. La alta cocina internacional, los principales chefs de todo el mundo, tienen muy en cuenta la crucial importancia de la presentación de sus platos. La vista, desde luego, tiene mucho que ver con el deseo —no vamos a entrar ahora en el ámbito de la seducción, sobre el cual podríamos escribir un post completo—. Fueron los impulsores de la Nouvelle Cuisine francesa, en la década de los setenta, quienes comenzaron a prestar la máxima atención a la presentación de la comida, una acción que hasta entonces dependía exclusivamente de los camareros. Los propios cocineros se encargaban en la cocina de embellecer sus creaciones dotándolas de ritmo visual, equilibrio formal y armonía o contraste cromáticos. Tanto se ha consolidado esta práctica que la RAE ha incorporado recientemente al diccionario español la palabra ‘emplatar’. Es innegable que una óptima presencia capta la atención, despierta el interés, estimula y abre el apetito.
Sin embargo, el aspecto no lo es todo. Jacques La Merde —nótese la enorme expresividad del nombre francés que ha escogido— pretende llamar la atención sobre este aspecto con sus imágenes colgadas en Instagram, en las cuales ha creado platos visualmente muy atractivos, impecables, aparentemente deliciosos; pero que en realidad han sido elaborados con elementos e ingredientes extraídos de la comida basura: Cheetos, galletas Oreo, Doritos, bacon, chucherías, Mentos, cortezas, huevos Kinder y otros comestibles similares. El contraste entre lo que se ve y la calidad nutricional y sensitiva de los platos es ciertamente impactante.
La vista no es, desde luego, el sentido más fiable que tenemos. Nuestro cerebro recibe sus señales de una manera imperfecta, y es él —de un modo «intuitivo»— quien completa la información recibida para dotarla de un sentido que no siempre es riguroso. Ningún otro órgano sensorial nos aporta tanta información como los ojos; pero los engaños visuales y las imprecisiones son, a su vez, demasiado habituales.
Akiyoshi Kitaoka se ha especializado en demostrarlo. Profesor universitario de Psicología en Japón, es uno de los creadores más prolíficos de ilusiones ópticas con las que, entre otras maravillas, es capaz de suscitar la sensación real de movimiento con una imagen fija. Merece la pena, desde luego, ver sus creaciones. Además, existen numerosos ejemplos de trampantojos o imágenes imposibles, algunos de ellos míticos; así como distorsiones perceptivas al contemplar determinadas líneas paralelas o tableros, que confirman esta realidad.
«La confianza es ciega», recoge el dicho popular. Y con frecuencia lo es, incluso, aunque veamos. Quizá el error radica en centrarnos en un único órgano sensorial cuando tenemos cinco. ¿Cómo saber si un plato culinario es realmente exquisito? Observándolo. Oliéndolo. Sintiendo su textura. Percibiendo, incluso, cómo suena al masticarlo. Y, desde luego, saboreándolo. Como en todo, cuanto más estímulos e informaciones recojamos, más cerca estaremos del acierto.
No debemos olvidar que nuestra percepción visual no es infalible. Como habéis podido ver, no hace falta ser daltónico para comprobarlo.