Paradojas del arte callejero

El arte callejero es una forma de expresión artística, actual y muy activa que está cobrando cada vez más auge en nuestra sociedad. Artistas como Banksy —el máximo referente del street art británico—, internacionalmente valorado por sus impactantes creaciones satíricas sobre política, sociedad, moralidad y cultura pop, adquieren un protagonismo incontestable en nuestras calles… y en las redes sociales.

Sin salir del anonimato, pues mantiene oculta su identidad visual, Banksy concede entrevistas anónimas a prestigiosos periódicos y realiza grafitis en los lugares más simbólicos del planeta —como el Muro de Cisjordania—, mientras se organizan grandes exposiciones de su obra, se publican libros sobre sus trabajos e incluso se venden algunas de sus creaciones a precios tan impresionantes como sus diseños: sirva de ejemplo el manifestante lanzando un cóctel molotov convertido en un ramo de flores que alcanzó el precio de 194.000 euros en una subasta londinense.

Es innegable que hay talento, calidad, compromiso y creatividad en las obras de Bansky; si bien él mismo reconoce que «el éxito comercial es un fracaso para un grafitero» y que «empecé pintando en la calle porque era el único espacio que me permitía exponer; ahora tengo que seguir pintando en ella para demostrarme a mí mismo que no era una estrategia cínica». Esta es una de las primeras paradojas del arte callejero: cuando el artista es reconocido como tal y valorado por su obra, ¿deja de ser un artista callejero? Algunas voces entre los propios colegas de Bansky lo acusan de vendido. ¿Es coherente seguir difundiendo mensajes anticapitalistas cuando su creador participa en el sistema y realiza también, por ejemplo, pintadas con fines comerciales para grandes marcas? Por otra parte, ¿de qué vive un artista callejero, si no puede hacerlo de sus creaciones?

Otra cuestión compleja es establecer la frontera entre arte y vandalismo. Es sencillo diferenciar lo sublime de los garabatos; pero, entre ambos extremos, ¿quién sino el público con su apreciación puede discernir qué es arte y qué no? Aunque, claro está, cada cual tiene sus gustos y no se puede hacer esta valoración hasta que la obra ha sido realizada, momento en que los hechos ya han sido consumados. Otra paradoja.

Lo cierto es que existen numerosas manifestaciones de arte callejero que embellecen, dinamizan y reviven espacios urbanos y, lo que es más importante, a las personas que los recorremos. Estimulan la sensibilidad, invitan a pensar, colorean nuestras vidas. No podemos renunciar a ellas. Aunque nadie es quién, tampoco, para imponérnoslas.

Ciudades como Zaragoza han tomado la iniciativa a la hora de desenredar algunas de estas paradojas organizando iniciativas como el Festival Asalto, que desde 2005 ofrece a artistas locales e internacionales determinadas zonas de su casco histórico para transformar lugares abandonados en grandes obras de arte, dando lugar así a rutas urbanas muy estimulantes.

Como ves, el arte callejero es una cuestión de sensibilidad. ¿Lo pones en tu muro?

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