Hoy en día, hablar varios idiomas supone una ventaja competitiva para cualquier profesional y un elemento diferencial en la preparación personal. El inglés, y sobre todo el chino, parecen ser las lenguas del futuro… pero solo hasta que la traducción simultánea entre definitivamente en acción.
Según la Biblia, la diversidad lingüística es un castigo divino a la soberbia del género humano, que trató de construir una torre tan alta que llegara hasta Dios. Sea o no divina, la verdad es que la existencia de lenguas diferentes es una condena que dificulta nuestra relación con los otros. En general, los españoles somos poco hábiles en el aprendizaje de idiomas —todo lo contrario a lo que ocurre, por ejemplo, con los balcánicos— y, salvo excepciones, nos cuesta mucho esfuerzo, dedicación y dinero elevar y mantener nuestro nivel de inglés, francés, alemán, chino, ruso o cualquier otro idioma. Si algo han compartido las sucesivas leyes sobre Educación impulsadas y derogadas por los gobiernos españoles ha sido el protagonismo creciente del bilingüismo y el aprendizaje idiomático. Pero nos cuesta mucho, para qué vamos a negarlo, y quien más quien menos todos hemos terminado echando mano de academias, cursos multimedia o sitios web para intentar mejorar, no siempre con éxito, esta capacidad.
Reconozcámoslo: los idiomas son un engorro. Sería genial poder hablar con un noruego, un tanzano o un jamaicano directamente, sin barreras ni preocupaciones de ninguna clase. Pues bien, el futuro inmediato se mueve en esta dirección, y ya no falta demasiado para ello. Todo apunta a que dentro de una década la traducción simultánea, instantánea, bidireccional y completa será una realidad consolidada. A través de un pequeño auricular, y gracias a la inteligencia artificial y los avances en biometría vocal, podremos hablar con uno o más interlocutores recibiendo al instante sus palabras en nuestra lengua y con sus propias voces, y emitiendo las nuestras de la misma forma. El milagro de la comprensión instantánea será una realidad. Podremos asaltar en nuestras playas a cualquier guiri de cualquier nacionalidad y seducirlo con nuestra labia, negociar con un inversor de cualquier país del mundo o asistir a cualquier seminario internacional sin perdernos el mínimo detalle.
Muchas voces aseguran que esta tecnología terminará con la necesidad de aprender idiomas, porque, en la práctica, todos podremos hablar todas las lenguas. Si bien es cierto que aprender un idioma es una experiencia doblemente enriquecedora —ya que no solo permite expresarse y entender esa lengua sino también hacer nuestro el legado cultural de sus comunidades hablantes—, muy posiblemente la desaparición de esa necesidad funcional conllevará el abandono paulatino de este esfuerzo. ¿O acaso la generalización de las calculadoras no ha producido el olvido mayoritario de las principales operaciones matemáticas, como la multiplicación, la división y las raíces cuadradas?
El porvenir idiomático se anticipa maravilloso, estimulante, confortable. Podremos decir adiós a la frustración, la incomprensión y las barreras lingüísticas. Estos avances en traducción automática impulsarán una conectividad ilimitada entre todas las personas. Lo que está por ver es si estas mejoras técnicas en la comunicación multilingüe se verán acompañadas de una mayor comprensión y sintonía entre los habitantes del planeta.