A lo largo de la historia la Madre Naturaleza ha sido permanentemente adorada, admirada, temida y maldecida por el género humano. Hoy en día hemos abandonado su cuidado y eso, posiblemente, conlleva un alto precio. Sin embargo, ella sigue poniendo a nuestro alcance espectáculos e imágenes verdaderamente reconstituyentes.
A veces nos sentimos agobiados mientras transitamos por nuestra existencia urbanita y estresante cargados de eventos inaplazables en nuestras agendas y con una insufrible sensación de agobio. Otras veces nos desayunamos con la desasosegante noticia de una catástrofe natural de consecuencias trágicas para nuestro prójimo. Terremotos, tsunamis, tornados, incendios e inundaciones se suceden a nuestro alrededor como gritos aterradores de una Madre Naturaleza siempre sabia y admirable, pero también tremenda e inmisericorde en no pocos momentos. Es verdad que no la estamos tratando nada bien, que el cuidado medioambiental de nuestro planeta deja mucho que desear y que ello puede encabritarla más de la cuenta. También lo es que las desgracias naturales son inherentes a la existencia planetaria, siempre las ha habido y siempre las habrá; si bien, hace algunas décadas, sus consecuencias e imágenes se difundían audiovisualmente mucho menos y, por ello, no nos sentíamos tan afectados por sus consecuencias.
Pese a este lado oscuro y vengativo, la Naturaleza ofrece en nuestros días, a su vez, una cara maravillosa. Así, no hay nada como organizar una excursión al campo, disfrutar de un paseo forestal o admirar los brillos del oleaje en una noche estrellada para reconciliarnos con ella. La belleza —comedida o salvaje según las circunstancias—, la monumentalidad y el impacto sensorial son atributos que la caracterizan. La fuerza de una catarata, el esplendor de un amanecer, la melancolía de un día de lluvia y la solemnidad de la caída de las hojas en otoño, o de la floración en primavera, producen sensaciones hermosísimas que nos acompañan siempre, haciéndonos sentir mucho mejor con sus visiones, aromas, sonidos, texturas y sabores únicos. La Naturaleza es una inagotable fuente de satisfacciones personales enormemente estimulantes. El sensual abrazo de un baño de sol en una playa recóndita, el enigmático espectáculo de una lluvia de meteoritos o estrellas fugaces o el aroma incomparable de la campiña a media mañana nos llenan de optimismo, energía y entusiasmo.
Cuando estas bellezas naturales se admiran desde un observatorio privilegiado, descubrimos nuestra insignificancia humana y nos sentimos, paradójicamente, orgullosos de ella. Y qué mejor mirador que la Estación Internacional Especial de la NASA, que acaba de difundir un maravilloso vídeo de las auroras boreal y austral en plena actividad, dos fenómenos naturales indescriptibles, alucinantes, que se pueden apreciar en las latitudes del norte —la boreal— y en la Antártida, Chile, Argentina, Nueva Zelanda y Australia —la austral—. El espectáculo de luz y color que ofrece este audiovisual es incomparable, reconfortante, exquisito… y produce sensaciones únicas que ninguno de nosotros deberíamos perdernos.